jueves, 14 de enero de 2016

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Cuando se muere un famoso lo sientes. A veces más, a veces menos; a veces ni siquiera sabes quién era pero lo ves en las noticias y te da penita. Por sus allegados (siguen siendo personas aunque a veces lo olvidemos), por sus fans.

No diré que soy una fan incondicional de Alan Rickman (sólo lo vi en Harry Potter y en El Perfume), ni me volveré ahora una hipócrita que finge adorar a Snape (porque no lo hago). Pero me he enterado hace nada de que su muerte y estoy aquí, mirando la pantalla de ordenador con los ojos llenos de lágrimas y... y duele.

Harry Potter es importante para mí. Más que ninguna otra saga de libros, más que ninguna otra serie de películas. Tal vez muchos no podáis entenderlo, tal vez otros sepáis exactamente de qué hablo. Ha sido una vía de escape, un refugio seguro de un mundo loco en incontables ocasiones. Decir adiós a Alan es decir adiós a un pedacito más de infancia, a una miguita de inocencia (de la poca que me queda).

Se ha ido a acompañar al primer Dumbledore, al tío Vernon, a Marcus Belby, a Fenrir Greyback. Descansa en paz, Alan.

Gracias por habernos dejado un pedacito de ti. Gracias por la magia.

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